ARPONES
Los
presentó una amiga en común… la noche. Ella era una vieja conocida de ambos.
Sabía de sus andanzas. Los definía como dos bucaneros que navegaban sus oscuras
aguas en busca de una nueva aventura, cada vez que soltaban amarras.
Pero
esta vez los puso frente a frente, por primera vez. A ella que, luego de un par
de juveniles desengaños, había jurado no volver a enamorarse. Y a él que ni
siquiera había pensado hacerlo jamás.
Ambos
sólo perseguían el placer. Nada de romanticismo, cursilerías o compromisos. Y
aunque habían despertado más de un noble sentimiento, eran absolutamente
insensibles a ello. Sus corazones estaban blindados a las flechas de Cupido, a
quien habían declarado persona no grata.
Cada
vez que aquella vieja amiga desplegaba su negra mortaja, ellos abordaban nuevos
corazones. Las alboradas se encargaban, luego, de borrar las huellas de sus
fugaces amoríos.
Cuando
se conocieron, en aquel boliche de una oceánica ciudad, sólo vieron uno en el
otro a su nueva víctima. Poco tardaron en revolcarse en el cuarto de un hotel,
frente a la rambla. Pero allí, donde pusieron lo más salvaje de sí mismos, se
reconocieron. Fueron dos serpientes de fuego entrelazadas que se devoraron
recíprocamente, sintiéndose correspondidas. Entendieron entonces que estaban
frente a sus propios reflejos.
Ambos
vivían acostumbrados a salir siempre airosos de sus piraterías, sin importarles
lo que dejaban tras las estelas de sus galeones. Pero esta vez no lo hicieron,
no pudieron alejarse uno del otro.
La
noche se fue a dormir con una pícara sonrisa en sus labios, como quien disfruta
de una travesura. El nuevo día los sorprendió cruzando la rambla para
emprender, luego, una lenta caminata por la playa. Si momentos antes habían
desarropado sus cuerpos por enésima ocasión, allí desnudaron sus almas quizás
por vez primera. Pudieron verse sin máscaras, a luz plena. Sus rostros exponían
los vestigios de mil romances. Pero este, el último, había asaltado sus
corazones.
En
un puerto próximo al arenal, desde un antiguo buque ballenero, Cupido sonreía
feliz. Había cumplido una nueva utopía. Aunque debió, para ello, trocar sus
delicadas saetas por dos recios arpones.
Jorge Emilio Bossa
Primer Premio
I Concurso de Relato Corto
Museo Casa del Faro
Quequén (Bs As.), Enero de
2015