Búsqueda de fragancias que caracolean en el tiempo de sonrisas que anidan esperanzas...del lenguaje que dé solidez al verso y la prosa...de entregas, silencios y de una mística en la belleza, que resuman dignidad y respeto a la palabra.

Beatriz Mattar de Vergara

viernes, 24 de julio de 2020

Día del Escritor 2020



Escritores destacados en el PRIMER ENCUENTRO VIRTUAL NACIONAL DE NARRATIVA “DÍA DEL ESCRITOR 2020”, organizado por S.A.D.E. Filial San Francisco (Córdoba)

PROYECTO FAMILIAR

Hace varios años, no recuerdo cuántos, cierto día en que estábamos reunidos en un almuerzo especial, surgió un proyecto para llevar a cabo en familia, conocer el mar… Nuestros ojos habían copiado el tinte de las verdes praderas y sólo los linos en primavera, nos regalaban una imagen de mar cuando el viento los mecía.

En dos autos partimos una semana antes de Navidad. Buenos Aires sería la primera etapa. La capital lucía espléndida con sus luces, pasacalles, vidrieras alusivas a la fecha y un gigantesco árbol de Navidad, armado en el Obelisco, en el corazón de la ciudad. ¡Cómo  disfrutamos  recorrerla! Entre otros paseos, un día decidimos conocer el Delta del Paraná. Grandes macizos de hortensias a orillas del río, las azaleas, los jazmines, la gama de verdes de los árboles… todo era belleza, perfume y color. Por la tarde, la lancha se detuvo frente al hostal El Tropezón. Todavía se lo podía visitar… Al atravesar el umbral de la habitación nro. 9, nos adentramos en los últimos instantes de un grande de las letras argentinas, don Leopoldo Lugones. En ese lugar, en 1938, con cianuro y un vaso de whisky, su mente apagó para siempre... Cuando ya las sombras llamaban a silencio y los primeros astros de la noche ensayaban su salmo, la poesía brillaba en el crepúsculo y en la voz del poeta… sus versos de amor romántico, eran sahumerios en el aire…

Al día siguiente, continuamos nuestro viaje por la ruta 2, hacia la costa. Era un día diáfano, radiante. Entramos por Avenida Pedro Luro y allá, donde la avenida desciende… el mar. La magia de la mañana penetró nuestras pupilas, en el preciso momento que se hundían en el piélago lejano, horizonte  soñado… azul y azul.
                  
María Teresa Pavía de Picco
















IMÁGENES

El hada de la vida nos entrega paisajes como la crisálida nos regala esa flor alada en vuelo de manera tan cadenciosa, y en revoloteo errático nos deja verla transformada.

Así, el atardecer marino evoca lo espléndido y la maravilla del coloso que descansa. Sus sonrientes espumas, en la caldeada arena recorren infinitos kilómetros, para posarse en la alfombra, en la desnudez de pies que vibrarán con su masaje peculiar.

Esa profundidad nos entrega el infinito, cómplice mundano de miles situaciones disímiles, donde recuerdos felices afloran en la quietud de la mente. Nos entrega entonces la brisa, al rostro, junto a los vestigios ocres del rey.

Esas huellas quedan en el arenoso suelo donde aves marinas, buscan restos de almejas en el mar que depositó en la costa. El tremendo titán índigo nos observa lánguido, brioso por momentos y repleto de misterios que tratamos de descubrir, pues nuestros ojos lo verán verde en el amanecer, diferentes tonalidades de celeste en el día y oscuro llegando al final de otra jornada.

Este piélago cálido pide a gritos ¡Habla conmigo!, pues su soledad es muy amplia. A veces con tonos grisáceos y millones de gotitas que lagrimean sobre él. Solo deja rozar la mejilla costera en el sonido mudo acústico de conchas y caracolas que acompasan las marcas de caminantes en la playa.

Pequeños cangrejos y estrellas de mar escapan en busca de las olas que le darán sustento a su blanca, burbujeante y suave piel. Ahí se escurrirán del Sol al atardecer, de este imaginario túnel del tiempo en busca de una noche de pasión, refugio de un amante solitario que espera tersos labios para amar.

Raúl Rodríguez Olezza