Búsqueda de fragancias que caracolean en el tiempo de sonrisas que anidan esperanzas...del lenguaje que dé solidez al verso y la prosa...de entregas, silencios y de una mística en la belleza, que resuman dignidad y respeto a la palabra.

Beatriz Mattar de Vergara

lunes, 30 de septiembre de 2013

"...Arrojando palabras al cielo..."


Ganadores Octavo Certamen Literario Regional
“…Arrojando palabras al cielo…”
Estación Matilde (Sta. Fe), Septiembre de 2013

Categoría: “D” (Mayores)

Cuento Libre: 1º “Inocencia Robada” – Leonardo Albani (San Carlos Centro)
2º “El último vuelo” - Alma Carrión de Dal Bó (San Francisco Cba)
Cuento Temático: 1º “44 años de flores” - Gabriela Font Riff (San Jerónimo)
Poesía Libre: 1º “Los ojos del puma” - Jorge Emilio Bossa (San Francisco Cba)
2º “Romance de la niña del campo” - Inés Quilez de Monge (San Francisco Cba)
Poesía Temática: 1º “Primavera en el humedal” – Gladys Navarro de Sartirana (Victoria – Entre Ríos)
2º “Cuando tenga que partir” - Juan Carlos Rufanacht (Paraná- Entre Ríos)


LOS OJOS DEL PUMA

Su cuerpo yace inmóvil sobre el áspero ripio
de la calle que surca el sereno poblado.
Como dos fríos puñales sus ojos se han clavado
en los ahora esquivos ojos de su asesino.

Aguijones de plomo su tórax taladraron
y en él abrieron torpes manantiales carmín.
Unos niños contemplan ese penoso fin
al tiempo en que un adulto suspira aliviado.

Pero esos pardos iris que expiran lentamente
al hombre de arma en mano le parecen decir…
“Yo tan sólo buscaba un sitio a donde ir
y por aquí pasaba inofensivamente”.

“Sucede que mi cuna, la verde cuna mía,
mi sitio en el mundo, mi extensa morada,
ahora está siendo brutalmente arrasada
en nombre del progreso y la economía.”

“Las máquinas llegaron con sus voces de trueno
y aquellas melodías sagradas de mi monte
han sido censuradas, callados sus cantores;
los mismos que hoy emprenden su triste derrotero.”

“Y yo, un viejo puma con su destierro a cuestas,
transitaba estas calles sin un rumbo preciso.
Mas no pensé siquiera en dañar a sus niños.
Tan sólo me detuve en busca de respuestas.”

“Observando sus rostros quería descifrar
por qué estos pequeños duendes de la ternura
cuando llegan a adultos, a edades maduras,
de toda su inocencia se logran despojar.”

“Y destruyen la flora y matan a la fauna.
Y a los pulcros azules los tiñen color gris.
Sólo falta que al día le opaquen su barniz
o a la noche le hurten su joyería de plata.”

“Y no entienden que el mundo es hábitat de todos
y quienes lo lastiman sólo se auto flagelan…”
Sintiéndose culpable, el hombre interpreta
el mensaje de aquellos enceguecidos ojos.

Y luego, arrepentido, le promete a sus hijos
que venderá su arma y les enseñará
a cuidar el ambiente; antes de lagrimear
al ver al viejo puma quedarse allí dormido.

Jorge Emilio Bossa


ROMANCE DE LA NIÑA DE CAMPO

La niña debía nacer
cuando todos faenaban,
Los campesinos hacían
tradicionales carneadas.
El padre debía empezar
la tarea preparada.
La madre ya presentía
que el momento se acercaba.
La partera era de lejos,
a cuatro leguas quedaba.
De noche con dos caballos
en jardinera buscarla.
Los inviernos arreciaban
sobre los techos de chapa.
En la cuna de madera
puestas están las frazadas.
En esa casa de campo,
en la zona de La Francia,
nació la bonita niña,
lucerito en madrugada.
Su cabecita era rubia
como lo son los trigales.
Eran celestes sus ojos
cual florecidos linares.
Su padre debía seguir
con la tarea empezada.
Entre carnes y tocinos,
los vecinos  ayudaban
hasta que sobre las mesas
los chorizos se alistaban.
Mientras la madre a su hijita
tiernamente amamantaba.
Contemplan sus hermanitas
a la niña que lloraba.
La cuna mece su madre
mientras reza sus plegarias.
Que esté sanita mi niña
como lo son sus hermanas.
En la madrugada deja
blancos los campos la helada.
Los gallos anuncian ya
que se viene la alborada.
Ladran a ratos los perros
y los pajaritos cantan.
Todos contemplan la niña,
la tercera fue en la casa.
Faltaba una decisión
en esa fría mañana…
Qué nombre se le pondría
a esta niña tan preciosa?
Madre y padre coincidieron
que la llamarían Rosa.
En la parroquia del pueblo,
un cura la bautizaba.
Rosa Margarita eres,
ángel de la madrugada.
Con gotas de agua bendita
su cabecita mojaba.

Inés Quilez de Monge








jueves, 26 de septiembre de 2013

Beatriz Mattar de Vergara


PABLO
Vuelvo a Isla Negra
Escribo en la arena
uno de tus versos…
Neptuno me sonríe
y detona verde en la roca negra.
Matilde recibe al cartero.
Los mascarones murmuran,
las caracolas
perfilan en sus trazos un gemido
y las cruces en botellas
ordenan una grande junto a vos.
PABLO… estás enfermo.
Las ODAS te hacen ronda…
Sus voces despiertan en la cordillera,
para quedarse en ella.
El ventanal tiembla
mientras el alba se abanica en el campanario.
David inciensa su estrella.
Sonido… color y poesía…
Quiere arrancarte una sonrisa,
quiere que tu barco anclado
bese a la vida…
se torne luna, sol, espacio, tiempo.
Quiere que trace horizontes
en el pensamiento
y permita descubrir que la igualdad
es evangelio entre los hombres.

El azul de la metáfora, palidece.
Camino a Santiago, tu marcha dolorosa,
señala el final.

Beatriz Mattar de Vergara

viernes, 20 de septiembre de 2013

Alma Carrión de Dal Bó


EL VIEJO DEL ACORDEÓN


Mis manos sarmentosas y cansadas
bailan inquietas por el teclado,
dibujando los acentos y los ritmos
de un tango tristón y arrabalero.

De pronto huyen los signos
del viejo y gastado pentagrama,
mis ojos se evaden del atril,
se pierden en la extensa lejanía,
el teclado dibuja la armonía
de una dulce y armada canzoneta
que me arrebata del tiempo y del lugar
y me lleva a aquella tierra que era mía,
tan bella, tan querida y recordada.
Después, la magia pasa, estoy de nuevo
en esta patria nueva y generosa
ensayando las notas de un tango tristón
y arrabalero.

Acaricio mi fuelle, tesoro de armonías,
abanico de recuerdos, pasaporte
                                   a la nostalgia.

Alma Carrión de Dal Bó


EL ABRAZO


Con su vestido de novia, asciende al auto,
éste arranca velozmente.
Allí está su novio, esposo ya.
Lo besa apasionadamente.
Cierra los ojos.
Sonriendo, espera el ansiado abrazo.
El estruendo la ensordece.
Hierros ardientes se retuercen,
abrazándola con fuerza.
Algunas perlas se desprenden del vestido.
Ruedan calle abajo.
Parecen lágrimas.

Alma Carrión de Dal Bó


domingo, 15 de septiembre de 2013

Myriam Lucía Taverna


DIARIO DE VIAJES
Ocurrió en Francia…

Cuando llegué a La Citté de Carcassonne, setiembre se desplazaba soñoliento hacia el final del verano. Las últimas buganvillas florecidas apretaban sus racimos contra los muros en muda ofrenda de color y los robles comenzaban a dorar el borde de sus copas.

Observé las murallas de piedras ambarinas, las mismas que siglos atrás veían los pastores desde los campos mientras guiaban sus rebaños hacia los valles ocultos entre las lomadas de la Montaña Negra.
Imaginé bucólicos idilios entre rudos labriegos y rubias doncellas gustosas de experimentar el amor, estrechadas por brazos robustos y viriles, bajo el cómplice amparo de la fronda.
Al traspasar el puente levadizo, sobre el foso seco, creí oír relinchos de corceles, zumbidos de ballesta y el quejumbroso chirriar de goznes oxidados.
Caminé entre las callejuelas zigzagueantes a las cuales daban los frentes de kioscos, zapaterías, bares, comedores, panaderías todo restaurado, pero conservando la antigua fisonomía en un simbólico abrazo entre el ayer y el hoy.
Al llegar a la Catedral de San Nazario y San Celso, me sumergí en el medioevo. Me pareció ver a los cruzados esperar la bendición de los obispos, al ofrecer sus espadas ante el altar, a ese Dios lejano e intangible cuya doctrina irían a defender luchando contra los herejes.
Me deslumbraron los rosetones de los cruceros de las naves y los exquisitos vitrales en las ventanas ojivales representando escenas bíblicas desde la creación de Adán y Eva.
Luego arribé al castillo condal. Crucé su patio de armas. Sentí que me cercaban sus torres y atalayas. El salón principal me recibió frío como sus muros. Ascendí escaleras de piedra, empinadas  y angostas. Todo parecía cubierto por el misterio de días y de noches transcurridos dentro de una nebulosa espiral que nos llevaba a ochocientos años atrás.
Respiré historia, absorbí leyendas, vivencié instantes de dolor y de gloria.
Decidí quedarme. 
Me alojé en un coqueto hospedaje. 
Cené jabalí y bebí vino tinto en compañía de una veintena de turistas bullangueros.
Bailamos antiguas danzas al son de tres laúdes. Más tarde, me acogió un lecho enorme, de blancas sábanas aromadas con lavanda y Morfeo me sumergió en la placidez del sueño.
Pasaba la medianoche. 
Desde el sudeste, el argentado disco de la luna enviaba destellos que iluminaban un pueblo sosegado.
Quizás fue el fulgor entrando a través de las rendijas de las persianas lo que me despertó, o tal vez,  el sonido de música sacra que desgranaba el órgano de la Catedral.
Salí de la habitación, me dirigí hacia el templo, pero por más esfuerzo que hiciera para abrir, las gruesas puertas de madera permanecieron cerradas.
La música seguía sonando grave y melodiosa.
Rodeé el edificio. Nadie había, salvo mi sombra acompañándome.
De pronto cesó la música y una delgada figura masculina pasó rauda delante de mí. Se encaminó hacia la muralla. Vestía a la antigua usanza, era joven y llevaba una flor en la mano derecha. Al llegar a la muralla, se arrojó al vacío.
Corrí a asomarme esperando ver su cuerpo malherido, pero abajo no había nada, salvo las blancas cruces y los lóbregos nichos del viejo cementerio.
Temblando regresé a mi cuarto, me metí entre las sábanas, cubrí con ellas mi cabeza y comencé a rezar. Me envolvió el silencio y me dormí enseguida.
Cuando desperté, un sol tibio y amigable calentaba mi lecho. Me desperecé y sonreí al recordar la aventura de trasnoche. 
-Fue un sueño, dije contenta. Por fortuna ha sido sólo un sueño.
Me levanté presurosa por iniciar una nueva jornada. 
Salí de la habitación rumbo al comedor para desayunar pero regresé a buscar mi reloj de pulsera que dejara sobre la mesita de luz el día anterior.
Junto a él descansaba una rosa.

Myriam Lucía Taverna


Myriam Graciela Pesassi

DESDE SICILIA

- Usted no debe decir de "che" a su mamá.

¿Quién me hablaba así? A mí, a una nena de diez años.
Era mi abuela Felipa.
Me parece verla, tan pequeña de cuerpo y tan grande de voluntad, abnegación y alegría.
Llegó desde Sicilia ya casada y con su hijo Luis. No fue fácil el inicio en nuevas tierras.
Vivían en el norte del país, muy cerca de los indios.
Mi abuelo y mi tío Luis eran colchoneros. La familia peregrinó por distintos lugares hasta llegar a Santa Fe.
Mi abuelo falleció joven y ella, que ya tenía diez hijos fue el pilar y el soporte de todos. Los crió con amor e inteligencia dándoles la oportunidad de tener una carrera a los varones (que fueron contadores) y un oficio las mujeres.
Me emociono cuando la recuerdo, por su valentía y por el amor que supo entregar a toda la familia.

Myriam Graciela Pesassi


viernes, 6 de septiembre de 2013

Adriana Mónica Roelofs


UNA COPA

Mi alma es una copa de cristal.
Frágil cristal adornando la vitrina.
Aguarda, silenciosa y con paciencia,
tu mano que ha de tomarla un día por el talle
y entibiará su vientre redondo entre las palmas.
Y sentirás el dulce vino, burbujeante.
Aguarda el roce de tus labios,
tu mano serena, contemplándola.
……………………………………………….
Hoy ha recibido un duro golpe
que no ha logrado, sin embargo,
astillar el cristal.
Pero una lágrima invisible
se desliza hacia el pie.
Y muere allí.



LA CANCIÓN DE LAS SIRENAS

Cántame la canción de las sirenas.
Cuéntame de hombres sabios y gentiles,
y de mujeres prodigándose generosamente y sin escudos.
Cuéntame de niños bienamados,
creciendo al abrigo de un hogar que nace
en la certeza de saber que es posible ser de a dos,
sin destruirse.
Cuéntame de seres generosos,
que tengan el espíritu inmune a las luces falsas del entorno,
esas que llevan a la nada, a la vacuidad de todo.
Cuéntame de un lugar de campos amplios,
de espigas henchidas y caminos que es posible
transitar sin accidentes.
Cuéntame de un país donde su gente
valore la creatividad, la tolerancia,
y el intelecto lúcido y sapiente
en aquel que eligen para que los gobierne.
Cántame la canción de las sirenas.
Que ya estoy harta de esta realidad absurda.
                                                              
Adriana Mónica Roelofs



jueves, 5 de septiembre de 2013

Beatriz Mattar de Vergara

POESÍA Y MAR

Neptuno dominante
mostraba su azulina carcajada…
El mar, recorría su silueta mitológica
y cabalgaba juglaresco,
entre pelícanos y soles.

Un cántaro poético,
                                      mi barco,
hacía del mundo un racimo
                                      con uvas de colores,
                                      palabras de silencio
                                      y apretado sentido convocante.

Por la paz
las botellas mensajeras
acomodaban su figura entre las olas.
La sirena, nostálgica en su entrega
                            arrancaba lágrimas de cielo
y entre pétalos de rosas
                            el verso
                                      seductor,
                                      inquieto,
invadía el coraje del océano.

Valparaíso y sus cerros hablaban con el mundo.
La esperanza tomaba madurez en las alas de un pelícano.

Beatriz Mattar de Vergara

Encuentro Internacional de Poetas – ALIRE
Valparaíso, 15 de Noviembre de 2003



A VILLA CONCEPCIÓN DEL TÍO

Terrón de palabras nuevas
en el surco de la historia…
Página encendida de búsquedas geométricas
que estalló en la sombra del malón,
para legarnos el coraje de un amanecer,
mensajero de esencias varoniles
y pleno de azul en el misterio.

Rocío inquieto en la línea de fortines.
Trazo vegetal en la noche incierta.
Hombre. Cielo y fe.

El grano vistió el surco…
El árbol entregó su sombra quijotesca…
El pájaro pintó el cielo
y el jazmín embriagó la esperanza.

¡Silencio!

Llegó bíblico el ángel Gabriel.
María dijo ¡Sí! en su Inmaculada Concepción
y
         María está aquí en la tierra que eligió.


Beatriz Mattar de Vergara


martes, 3 de septiembre de 2013

Jorge Emilio Bossa

LA ESCOLLERA


  Con las primeras luces del día el cielo y el océano comienzan a desnudar sus azules cuerpos, cual si fueran reflejo uno del otro. Las gaviotas desayunan los restos de comida que los descuidados turistas, en la víspera, abandonaron en la arena. La escollera es un estilete de roca que apuñala el contorno marino y le hace sangrar borbotones de blanca espuma.
         Sobre esa muralla, el alba solía ver desfilar a una misteriosa mujer. Su lúgubre figura contrastaba con el diáfano horizonte. Así como se diferenciaba, de su vestimenta color azabache, la blanca rosa que siempre llevaba en las manos. Su paso era lento. Al llegar al extremo del espigón, rezaba una plegaria. Luego arrojaba la flor al mar. Nadie sabía quién era. Algunos pobladores hasta dudaban de su existencia real. Creían que se trataba de un espectro, producto de la alucinación de algunos trasnochados que la vieron en la costa. Otros pensaban que era alguien que perdió en las profundidades del espejo infinito a un ser entrañable. Todos la llamaban La Viuda del Mar. Hasta que una noche un hombre bajó a la playa a purificar su borrachera y se durmió allí, contra el muro de la rambla. Al despertar se dirigió a la escollera sin percatarse de la presencia de la misteriosa mujer. Al encontrarse con ella el corazón se le paralizó. Por primera vez vio, cara a cara, al fantasma del que tanto hablaba la gente. Pensó que los efectos del alcohol aún perduraban, por ello esa visión. “¿Necesita algo?” preguntó la mujer, incómoda al ver interrumpido su íntimo ritual. “¿Usted es La Viuda del Mar?” inquirió él, con osadía. La mujer sonrió… “¿Así me llaman?” El hombre aprobó con la mirada.
- Si así me bautizaron algo de razón tienen. Mi esposo desapareció en un accidente náutico ocurrido un 3 de Enero, hace un par de años atrás. No volví a verlo. El mar es su tumba. Por ello, cuando el clima me lo permite, vengo a dejarle una ofrenda floral.
- ¿Cuál es su nombre?
- Daniela.
- Bonito nombre. ¿Por qué no la llaman así?
- Quizás nadie lo sepa. Yo no era de aquí. Me mudé para estar cerca de mi marido, esperando que alguna vez el mar me lo devuelva. ¿Usted quién es?...
- Mi nombre es José, pero todos me dicen el Borracho Pepe. Vivo así desde que mi mujer me dejó por otro hombre. Nunca digerí su engaño. Más de una vez pensé en ahogar mi pena en el mar, pero nunca me animé. Por ello lo hago en el alcohol.
         Mientras hablaban, el individuo observaba los azules ojos de Daniela. Tan azules como el cielo y el océano que los rodeaban. Debo irme, dijo la mujer. José la despidió con una sonrisa.
         Cerca del mediodía, en el bar que habituaba, el parroquiano contó la experiencia vivida. Sus compañeros de mesa estallaron en risas. “¿Estuviste con la Viuda del Mar?” preguntó irónicamente Sergio. “¡Aflojale al tinto, Pepe!!!” exclamó Luis. Pancho fue más irónico… “¿Hicieron el amor sobre la arena, ja, ja?”
         José se retiró dubitativo de la taberna. Pensó que sus camaradas quizás tendrían razón, que todo había sido un ensueño. No quiso tomar una sola gota de vino durante el resto de la jornada. A la noche se acostó temprano, ansioso por volver a la playa al amanecer.
         Al día siguiente la escollera fue testigo del reencuentro. Esta vez la sorprendida fue la mujer, al ver a José mucho más presentable que el día anterior. “Hoy lo veo mejor que ayer… Peinado, afeitado, la ropa prolija…” José respondió pícaramente…
- Me arreglé para usted.
- ¡No me diga que vino por mí!
- Si. Y sobrio, para comprobar que lo de ayer no fue un espejismo.
- No soy un fantasma, como algunos creen.
- ¿Puedo corroborarlo…?
         El hombre tomó las manos de Daniela. Luego las besó tiernamente. Ambos sonrieron, La amena conversación siguió mientras se retiraban juntos de la playa…
         Hoy la escollera despierta en soledad. Sobre ella, ya no se recorta en el pulcro horizonte la tétrica silueta de La Viuda del Mar. Se esfumó de la playa y de la ciudad. Nadie volvió a ver tampoco al borracho Pepe. Sus compañeros del bar piensan que quizás él también fue una alucinación, producto de algunas copas de más…
         Sin embargo, algunos trasnochados dicen haberlos visto juntos en la playa. Fue el pasado 3 de Enero, al clarear el día. Juran que ella recorrió la escollera y rezó una plegaria en su extremo. Luego arrojó una rosa blanca al mar, allí donde el estilete de roca apuñala su contorno y le hace sangrar borbotones de blanca espuma.

Jorge Emilio Bossa

Cuarto Premio Género Cuento
12º Certamen Internacional de Poesía y Cuento
Ediciones Mis Escritos
Buenos Aires, Agosto de 2013