Búsqueda de fragancias que caracolean en el tiempo de sonrisas que anidan esperanzas...del lenguaje que dé solidez al verso y la prosa...de entregas, silencios y de una mística en la belleza, que resuman dignidad y respeto a la palabra.

Beatriz Mattar de Vergara

domingo, 31 de mayo de 2015

18º Encuentro Regional de Escritores


Presencia de “Letras y Sonidos” en el "18º Encuentro Regional de Escritores" en Devoto (Cba.), organizado por el Taller Literario 
"El Arca de Las Palabras"…








viernes, 8 de mayo de 2015

Jorge Emilio Bossa


ROMANCE DE TRAPO

Nadie lo divisa allí,
tirado sobre el pasto
del cantero de la plaza
donde ha sido olvidado.
A unos pasos de la calle,
al pie de un frondoso árbol,
lleva el pobre varias horas
de tristeza y desamparo.

Recuerda que, ayer, Lucila
lo recogió bajo un brazo
y en su bicicleta nueva,
por las arterias del barrio,
lo invitó a disfrutar
de un mediodía soleado.
Mas, en medio del paseo,
sucedió lo inesperado…
una frenada, un golpe,
unos gritos angustiados,
su cuerpito de estopa
despedido de los brazos
de la niña que yacía
inmóvil sobre el asfalto.

Nadie reparó en él,
caído a un costado
de la escena del dolor,
maltrecho e ignorado.
Pero vio cómo a su amiga,
con los ojitos cerrados,
primero a una camilla
la subieron con cuidado
y después una ambulancia
con sirenas ululando
la retiró del lugar
con las urgencias del caso.

Ahora piensa que fue cruel
el destino al separarlos.
Sueña volver junto a ella
y arrebujarse a su lado
como lo hizo tantas noches,
en su cama y en su cuarto,
mientras penetra la angustia
en sus entrañas de cáñamo.

Siente que se deteriora
de a poco su piel de paño,
y no quiere resignarse,
y pide por un milagro.
Pero si una mala estrella
a su amiga ha señalado,
con ella desea marcharse,
durmiéndose entre sus brazos.

Mientras tanto, en una sala
del hospital más cercano,
Lucila abre los ojos
para alegría de tantos.
La pequeña, confundida,
mira hacia sus dos flancos
e ignorando dónde está,
sin saber lo que ha pasado,
pregunta por Orejín,
su conejito de trapo.

                                  Jorge Emilio Bossa

Primer Premio Género Poesía
2do Certamen Internacional
de Literatura Infantil escrita por adultos
Ediciones Mis Escritos
Buenos Aires, Abril de 2015


LA PAJARERA DE ARIANA

            Emilio era un joven comerciante que tenía, junto a su esposa Jorgelina, una pequeña despensa. La misma era fruto de una indemnización laboral.
            Pero ambos no habían sido indemnizados por tener una hija de once años que era la mismísima piel de Judas.
            Ariana, la niña en cuestión, era una regordeta con el sol en sus cabellos, la miel en sus ojos y un centenar de estrellas rojizas en el firmamento de sus mejillas. Ella les sacaba canas verdes a sus progenitores. Era inquieta, traviesa y rebelde. Era… un huracán con forma humana.
            No era esa la única preocupación de aquel matrimonio. Además, y a menudo, no cerraban las cuentas del negocio… No coincidía la suma de ingresos anotados en un cuaderno con la recaudación del día.
            Consultada sobre el tema, Ariana solo atinó a responder pícaramente mientras hundía la cabeza entre sus hombros: “¡Habrá una rata ratera en casa!”
            Pero una tarde, cuando a primera hora Jorgelina había salido de compras, Emilio comprobó la dolorosa verdad. El comerciante sorprendió a su retoño con las manos en la masa… mejor dicho… en la caja.
            “¡Aaah!, ¡Eras tú, ladronzuela! ¡Eres tú la rata ratera!” Con una mano sujetó enérgicamente la muñeca derecha de la niña y con la otra quitó el billete de veinte pesos hurtado recientemente. Ariana colgaba en el aire. Luego arrojó el dinero sobre el mostrador. Cuando se disponía, colérico, a cerrar el asunto con una bofetada sonó la campanilla de la puerta de la despensa. La misma fue para Ariana como la campana que salva a un boxeador a punto de besar la lona. Al ver que una clienta ingresaba al local, Emilio soltó a su hija. La misma huyó raudamente hacia su casa, anexa al comercio.
            La inoportuna clienta era otra pequeña que así saludó al comerciante:
- “¡Hola!, ¿está Ariana?”
- “¡Está castigada! ¿Qué quieres?”
- “¡Quiero conocer su pajarera!”
- “¿Mi qué?”
- “¡La pajarera de Ariana!”
- “¡Mi hija no tiene ninguna pajarera!”
- “Entonces… ¿Dónde guarda sus pájaros?”
- “¿Sus qué?”
- “¿Usted es sordo o  tonto? ¿Le tengo que repetir todas las preguntas? ¡Hablo de los pájaros que Ariana compra en la veterinaria de mi papá!”
            Emilio no entendía nada. No podía creer que dos chiquillas se hubieran encargado de arruinarle la diáfana tarde que se disponía a disfrutar. Intentando no perder la calma, giró su cabeza hacia el interior del recinto y gritó: “¡Ariana, ven para acá!”
            Su hija siempre escuchaba las conversaciones detrás de la cortina plástica de la puerta interior. Por ello demoró sólo un par de segundos en acudir al llamado. Mientras bajaba la vista escuchó la pregunta de su padre: “¿De qué habla esta mocosa?”
“¡Mi nombre es Jackeline!”, respondió enérgicamente la visitante.
“¡Está bien! – Emilio cerró sus ojos y respiró profundo - ¿De qué habla Jackeline?”
            Ariana levantó la vista con timidez, algo no habitual en ella, e inició el siguiente diálogo…
- “Papá, ¿recuerdas que hace unos meses vino un circo a la ciudad?”
- “¡Si! ¡Y mi abuelo era bibliotecario! ¿Qué tiene que ver…?”
- “Tiene mucho que ver, papá. Tú fuiste una de esas personas que alzó su voz contra ese circo por tener animales salvajes en cautiverio. Me aconsejaste que no acudiera a él porque esas personas lucraban a costa del encierro de las fieras. Luego me dijiste que si los seres humanos amamos tanto la libertad no tenemos derecho de privársela a los animales”.
- “Recuerdo eso que te dije, pero aún no me contestaste”.
- “Bueno… cuando yo voy al colegio, siempre paso frente a la veterinaria. Me da mucha pena ver que en la vidriera hay muchas jaulitas con pájaros prisioneros. Entonces, un día comencé una campaña de liberación. Con mis ahorros, más algo que la ‘rata ratera’ conseguía en la caja, iba a ese negocio y compraba una de esas aves. Le pedía al veterinario que me prestara la jaula. Luego me dirigía a la plaza que está aquí a la vuelta, abría esa celda, tomaba al pajarito con mis manos, le daba un beso y después lo liberaba. Si quería, se podía quedar en esa plaza. De lo contrario era libre para volar hacia donde quisiera”.
            Ariana cerró su relato diciendo: “hice eso varias veces, pero no conseguí que se acabaran los que están prisioneros en esa vidriera”.
            -“Por supuesto, hija. El padre de Jackeline los repone comprando otros y tú lo ayudas a ganar dinero con ese negocio”.
            Ariana, furiosa, se dirigió a la visitante: “¡Entonces tu papá es tan malo y desalmado como los dueños de aquel circo!”
            Jackeline, avergonzada, huyó del lugar.
            Emilio abrazó y besó a su hija. Luego le dijo: “entiendo tus buenas intenciones, pero debes aprender que el fin no justifica los medios”. Al volver Jorgelina al hogar, su esposo le contó lo sucedido. La madre también aconsejó a Ariana: “Recuerda que robar es muy feo. Además… nunca podremos liberar a todos los animales cautivos”.
            Un rato más tarde se oyeron bocinazos que provenían de la calle. Ariana, inquieta como siempre, corrió a ver lo que sucedía. Regresó a los gritos: “¡Papá! ¡Mamá! ¡Afuera está la camioneta de la veterinaria, cargada con todas las jaulas y los pájaros adentro!”
            Toda la familia salió a la vereda. En el vehículo estaba Jackeline con sus padres. El veterinario expresó: “Mi hija me contó lo que hacía Ariana con los pájaros que yo le vendía. He decidido sumarme a su campaña… ¡Vamos a la plaza!”
            Emilio cerró el negocio. A los pocos minutos todos estaban en el espacio verde. Allí procedieron a abrir todas las jaulas y a hacer así una suelta de aves. Las mismas echaron a volar en distintas direcciones y a diferente altura. Una algarabía multicolor rodeaba a esos seres humanos que reían y gritaban dichosos.
            Aquella plaza se había transformado en una enorme jaula con verdes y frondosos barrotes y un infinito techo azul. Algunos pájaros se posaban en el suelo o en alguna rama cercana. Otros optaban por tomar rumbos desconocidos. Todos gozaban de una inusual libertad.
            Ariana, con su amplia sonrisa hundida entre el centenar de estrellas rojizas del firmamento de sus mejillas, le dijo a Jackeline: “¿Querías conocer mi pajarera?… ¡Acabas de hacerlo!”

Jorge Emilio Bossa

Segundo Premio Género Cuento
2do Certamen Internacional
de Literatura Infantil escrita por adultos
Ediciones Mis Escritos
Buenos Aires, Abril de 2015