Búsqueda de fragancias que caracolean en el tiempo de sonrisas que anidan esperanzas...del lenguaje que dé solidez al verso y la prosa...de entregas, silencios y de una mística en la belleza, que resuman dignidad y respeto a la palabra.

Beatriz Mattar de Vergara

miércoles, 19 de octubre de 2016

Ester Cerino


         DONDE LA LUJURIA ES VERDE

         En tierras de Tiquicia, refugio inagotable de vida, la abundancia y los excesos sensoriales se tiñen de colores.
Costa Rica es un país donde la exuberancia de su naturaleza y la diversidad de sus paisajes son una incitación permanente para alabar al Creador.
         Los retumbos de sus volcanes, la calidez de sus playas, el sonido de ríos y cascadas y las incontables formas de vida conforman un paisaje idílico, de ensoñaciones románticas y mágicas.
         Caminar por los senderos de la selva borra el tiempo, detiene toda rutina y crea en el alma un estado de embriaguez único y sanador de los dolores y heridas ocasionados por el vivir.
         El equilibrio y la armonía de la naturaleza nos lleva a pensar nuestra existencia desde otra dimensión. Una dimensión donde hasta la muerte alimenta, sustenta y sostiene el inicio de una nueva vida.
         Es un lugar donde la lujuria es verde.
         Los sentidos se exacerban en el bosque nuboso, universo misterioso donde la flora tapiza los refugios cálidos y protectores de la espesura selvática.
         Matices de verde se expanden por el paisaje, con distintas texturas, dimensiones y formas. Musgos y epífitas cubren el sendero y los troncos de especies vegetales que superan los treinta metros de altura.
         Deslumbrantes helechos arbóreos de erguidos estípites, en cuyo extremo nacen las grandes hojas y gruesos báculos espiralados, sorprenden asomándose entre la tupida vegetación.
         Una corona de nubes permanentes, oculta el dosel vegetal. Si el caminante se detiene unos instantes, puede escuchar el suave sonido de las gotas de agua que nacen en las nubes y se deslizan por el follaje.
         Hongos blancos, rojos, anaranjados y ocres, como esferas perladas o como ornamentos ondulados, semejan el ropaje de un hada escondida en la oquedad húmeda y tenebrosa que, en su huida presurosa, no advierte que los volados de su vestido quedaron atrapados entre las patas peludas de una tarántula.
         Mariposas multicolores pululan por los senderos, pequeñas, suaves, buscando libar el néctar de las flores que se esconden en los recovecos formados por raíces aéreas y especies trepadoras.
         Por puentes colgantes se atraviesa la maraña de las copas de los árboles y al llegar otra vez a sendero firme, cambian las notas musicales. Ahora es el río rebulléndose entre las piedras de su lecho. Hay orquídeas y bromelias. Destaca un anturio rojo, como corazón sangrante.
         ¡Vida! Es el bosque nuboso costarricense. Sonidos, aromas y colores. La guaria morada y el canto del yigüirro. Passifloras multicolores se asoman aquí y allá mostrando en pétalos y estambres los estigmas de la Pasión de Nuestro Señor como presencia terrenal del Hacedor de la vida. Costa Rica es, como lo expresa el saludo coloquial de sus habitantes…

¡PURA VIDA!
Ester Cerino

San Francisco, 20 de agosto de 2016