Búsqueda de fragancias que caracolean en el tiempo de sonrisas que anidan esperanzas...del lenguaje que dé solidez al verso y la prosa...de entregas, silencios y de una mística en la belleza, que resuman dignidad y respeto a la palabra.

Beatriz Mattar de Vergara

lunes, 2 de diciembre de 2013

Alma Carrión de Dal Bo


EL DESPERTAR

   El ómnibus transita por la ruta angosta, árida, polvorienta. El sol parece herirla con su calor. La tierra es como un rostro ajado, triste, áspero, surcado de arrugas que son las hendiduras que le han socavado los vientos y las sequías.
   El paisaje que se va deslizando tras las ventanillas es, por momentos, monótono. Extensas planicies desoladas,
salpicadas, aquí y allá, por enormes cardones, cactus y arbustos marrones achaparrados, también alguna que otra casa lejana, rodeada de tímidas pinceladas verdes, pequeñísimos sembradíos de maíz, ajo o coca. Después, la meseta acre, continua, algunos salitrales y, a lo lejos, cumbres elevadas, quizás volcanes ya muertos.
   Los ojos de Nicolás, increíblemente celestes, están ávidos por rescatar cada detalle de esa puna que tanto deseaba conocer.
   Experimenta una mezcla de expectación y plenitud. Es joven, le espera un proyecto de trabajo en Bolivia, donde debe presentarse en  algunos días más. Acaba de obtener el título de ingeniero, que había sido su sueño y el de sus padres. Una conmoción dolorosa le sobrecoge al recordar que, hace poco tiempo atrás, fallecieron en un accidente. Ahora ha logrado su sueño, pero está lamentablemente solo.
   La chatura de la planicie va quedando atrás, se insinúan las primeras estribaciones de las serranías. Allá, a lo lejos, como fondo, las altísimas montañas rayadas, debido a los distintos colores de los minerales, tierras y arcillas con que fueron configuradas. El estallido del sol en las piedras, una eclosión de colores, una impronta increíble que grita  la magnificencia de lo creado  y qué maravilla a Nicolás.
   Algunos pasajeros comienzan a sentir los efectos del apunamiento.
   Empieza el camino de cornisa, una curva, el sol que restalla en el vidrio del parabrisas, tal vez enceguece al conductor, que no ve adelante, el camión que se acerca. El ruido es increíble, sacude el silencio de la soledad.
   El ómnibus da vueltas, cae un poco más abajo del camino y queda quieto, como un pájaro desgajado en su vuelo. Bolsos, valijas, ropas, papeles, desparramados a su alrededor. Algunos gritos sofocados, que se pierden en la árida y desierta inmensidad.
Quizás Nicolás no siente el golpe en la cabeza, quizás sólo le sorprende la nefasta nube de inconsciencia que lo va envolviendo. Los párpados, como un telón que baja lentamente, cubren, al fin sus ojos, increíblemente celestes.
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   Pedro hace un alto en su fajina diaria, últimamente se ha sentido raro, cansado. Se sienta en un viejo banco, mira sus manos oscuras, sarmentosas, endurecidas por las callosidades que se fueron formando con tanto manipuleo de piedras para hacer pircas, cortando cardones y trabajando la tierra dura, seca, dominios de la Pacha Mama, que se abre ávida para recibir las dádivas generosas, pero que se muestra hostil, esquiva para la siembra. Tal vez está cansada, por eso, él apenas puede cosechar algo de patatas o maíz entre sus ásperos terrones. Ese ha sido siempre su trabajo, no sabe hacer otra cosa pues apenas aprendió a escribir su nombre.
   Pedro se siente cansado, los años han fracturado su fortaleza y sus reservas físicas. Últimamente, algo bulle en su interior, algo raro, desconocido. Su mujer, “la Tola”, se mueve lentamente, también para ella han pasado los años. Pedro la mira, siempre sumisa, callada, indiferente, piensa en los largos treinta años que están juntos, piensa en sus dos hijos que están en San Salvador de Jujuy, donde los mandó a estudiar para que en el futuro no sean ignorantes, como él, piensa en su pasado sin historia, pues no tiene recuerdos de su familia ni de su origen.
   Su mujer lo llama desde el interior de la casa, se escucha el crepitar del fuego, se mezclan los olores del humo y del cocido de maíz.
   Desde su humilde casa de barro, tan pobre, tan miserable, se pueden observar los picos tremendos, coloridos, que se recortan en un cielo, pincelado, apenas, de rosa y oro.
   Lentamente, la oscuridad va cubriendo el lugar, la temperatura baja notoriamente.
   Pedro se levanta con esfuerzo, hace un movimiento instintivo con la cabeza, para no golpearla con el dintel de la baja y estrecha puerta y entra, tan silencioso como estaba afuera, tan silencioso como siempre, tan silencioso como ha vivido.
   Rechaza la comida, le duele la cabeza.”La Tola”, con su rostro impenetrable, retira el plato sin pronunciar palabra y comienza a comer sola.
   Pedro se tira en un camastro, se siente abatido, raro, tiene la sensación de que en su cabeza  hay cables eléctricos que producen chispas, esa sensación le angustia y lo martiriza durante horas. Finalmente, logra dormir.
   Un débil rayo de luz,  que entra por una ventana a medio cerrar, lo despierta, Pedro se levanta aturdido, “la Tola” duerme su cansancio y su misterio, en la vieja cama matrimonial, él está todavía vestido, sale al patio. El día se insinúa apenas, vuelve el dolor de cabeza, la toma con sus manos ásperas y permanece un momento así, después abre los ojos, su confusión es total, no logra precisar claramente donde está ni que hace allí. Una tribulación tremenda le invade y con ella, un miedo pavoroso. Se acerca a un trozo de espejo que cuelga de un clavo, en la pared,  donde suele afeitarse, se mira con temor, el espejo le devuelve la imagen de un rostro enjuto, oscuro, arrugado y de unos cabellos escasos, totalmente blancos.
   Pedro camina en dirección a las montañas de colores. El sol, que juguetea entre sus picos, desparrama su luz, descubriendo la belleza agreste y cotidiana, del lugar donde él transcurrió la mayor parte de su vida; levanta sus brazos, un grito desgarrador, casi un aullido, corre por la inmensidad, pega en las piedras y el eco se funde con los otros gritos que le siguen.
   La mansedumbre de su mirada, se convierte en fiereza, cuando eleva al cielo sus ojos, increíblemente celestes.

Alma Carrión de Dal Bo

Tercer Premio Género Cuento Corto
Concurso Literario Hugo Wast 2013
Instituto Parroquial “Gustavo Martínez Zuviría”
50 años educando en la fe
Las Varillas (Cba.), Noviembre de 2013