Búsqueda de fragancias que caracolean en el tiempo de sonrisas que anidan esperanzas...del lenguaje que dé solidez al verso y la prosa...de entregas, silencios y de una mística en la belleza, que resuman dignidad y respeto a la palabra.

Beatriz Mattar de Vergara

lunes, 10 de noviembre de 2014

Jorge Emilio Bossa


PRESAGIO

    Mientras la noche avanza sobre la ciudad, el salón abrevia sus luminarias. Las mismas dan paso a aquellas que acompañan a los dulces rezongos de un acordeón. Es el acordeón de Alberto, “el gringo” como todos lo conocen. Alberto luce entre sus manos el viejo instrumento que le regaló su padre, un inmigrante italiano instalado a principios del siglo pasado en una colonia agrícola de Santa Fe.

    Cuando “el gringo” descubrió la vocación por la música, su progenitor le compró el acordeón. Luego, con un puñado de amigos, armó una orquesta característica. Así comenzó su carrera profesional. Unas décadas después, con las innovaciones del espectáculo, el grupo se disolvió. Al poco tiempo, gracias a su experiencia, Alberto fue contratado por una incipiente banda de cumbia santafecina. Ahora es director y alma del conjunto.

    La gente se abarrota frente al escenario. A los sones del acordeón le siguen los repiques de la percusión. Así, uno a uno, los músicos despiertan a los instrumentos de su letargo. Los pies en la pista comienzan a chasquear al ritmo de la cumbia y su seducción. La banda ya despliega su estilo tropical y un joven cantante arranca suspiros entre las damas. Las románticas canciones se adueñan del recinto y de las pulsaciones de más de un corazón.

    “El gringo” se crió en el campo mientras escuchaba la radio de la ciudad. Allí la música mitigaba su soledad. El silencio se rompía con los acordes de un tango, un chamamé, un pasodoble… De todos los ritmos algo aprendió y algo aplicó a su actividad. Hoy su aporte es fundamental en los shows. Pese a su larga edad no tiene pensado retirarse.

    Alberto resalta entre tanta lozanía. Su pelo cano contrasta con su colorida camisa y el rojo instrumento. El pulmón del mismo se contrae y dilata dentro de su tórax de madera, mientras los dedos del artista pasean sobre la botonera y el teclado. De pronto, el acordeón emite una nota ajena a la partitura de la cumbia. Los demás músicos miran de reojo al “gringo”, extrañados por su yerro. Atónitos observan cómo voltea su cabeza hacia atrás, sobre el respaldo de la silla. La mano derecha del artista es una araña inerte sobre la blanca dentadura del instrumento. La cumbia se detiene abruptamente. El público vuelve a abarrotarse frente al tablado.
   
    Alberto siempre comenta, en tono de broma, que lo van a bajar del escenario “con los pies para adelante”.
   
    El presagio se cumple. El fuelle del acordeón dibuja una amarga sonrisa…

Jorge Emilio Bossa

Mención Jurado Género Prosa
Concurso Literario “Premios Farfalla”
Familia Trentina de Rafaela
Tema: El acordeón
Rafaela (Sta. Fe), Noviembre de 2014