SOLDADO DESCONOCIDO
- Relato de vivencias -
Don Santiago Frencia vivía junto a su familia donde la
urbanización se convertía en baldíos de rústicos pajonales que crecían en libre
albedrío. La ruta diecinueve era la cinta gris que oficiaba de límite
entre el campo y el bullicio de la ciudad
Tenía el oficio de "colchonero", actividad
heredada de sus ancestros italianos. Su fama era reconocida en toda la zona y
le rendía
pingües beneficios.
Alto, desgarbado, excéntrico, era el personaje más
pintoresco de la ciudad. Se paseaba orgulloso con su ingeniosa creación: un
sombrero hecho con una lata de aceite perforada con cientos de agujeros, ala de
chapa fina y forro de felpilla, para que al circular el aire refrescara su
cabeza.
Su
famosa bicicleta con corona de madera, era su herramienta de movilidad
para cumplir con los encargos. Pedaleaba feliz recorriendo los barrios mientras
barbotaba palabras en italiano arrastrando (atada con un grueso gancho) la
cardadora manual para lana.
Su prolijidad y esmerada atención, eran valoradas
por las amas de casa, que solicitaban su presencia para desapelmazar
colchones.
Al llegar, se acomodaba a favor del viento
para que la tierra no le diese en la cara; desparramaba todo sobre una enorme
lona, y con inusual ligereza cardaba la lana apelotonada hasta dejarla como
vellones etéreos.
Su llegada era recibida con alegría por
los niños de la casa que le hacían ronda para escuchar sus enrevesados
soliloquios. El tema siempre era su heroico pasado de soldado, donde no faltaba
el rugir de los cañones, los gritos y las ayes de
dolor.
Se ufanaba al contar que Mussolini, en
persona, lo había felicitado por su desempeño en las trincheras. Aseguraba
que para hacer el monumento al soldado desconocido habían solicitado permiso
para utilizarlo como símbolo representativo
. La
dueña de casa lo agasajaba con un fresco vaso de vino tinto que degustaba con
placer. Mientras cumplía con su trabajo contaba disparatadas historias que
entretenían a grandes y chicos...
Una de sus más grandes preocupaciones eran
los ladrones que le hacían desaparecer las gallinas más gordas. Tomó drásticas
medidas al respecto, hizo agujeros en la pared del dormitorio que daba al
gallinero, allí metía el caño de la escopeta y al menor ruido la emprendía a
tiros (por suerte no tenía vecinos).
El pobre nunca se enteró que su mezquindad
obligaba a su mujer a matar alguna a escondidas para darle de comer a los
hijos.
Pero... los tiempos cambiaron, el mundo se modernizó
con colchones de resortes o de poliuretano.
Viejo
y extraviado en sus alucinaciones, sus desgarradores gritos rompían en mil
pedazos el espejo de su soledad.
El viento norte fue desgastando los
ladrillos y la humilde vivienda se convirtió en una pila de escombros.
Su quijotesca figura y sus anécdotas
viven en el recuerdo de los que lo conocimos y disfrutamos dulces sueños
en los mullidos colchones de aireada lana de oveja.
Teresita Bovio Dussin
Premiado por la
Revista “Vida Plena”
Participa en el
Libro “Un canto a la vida”,
dedicado a los
adultos mayores