AL CAER LA NOCHE
-¡Adentro, chicos!
¡Ya está por caer
la noche! Miré sorprendida a la abuela. No sonreía. No estaba bromeando. En
realidad no era mi abuela, era la abuela de mamá, que vivía en casa por
temporadas. Entré al baño. Mientras me enjabonaba no dejaba de mirar la pequeña
ventanita. ¿Realmente se iba a caer la noche? Pronto la ventana estaba oscura.
¿Caerían las estrellas? Y el cielo, sobre la calle, los árboles, las casas…
¿Qué color tendría? Y la luna… ¿Dónde caería la luna? Esperaba que cerca de
casa, o en el baldío que está a la vuelta… Porque si caía sobre un árbol, sobre
una casa, podría romperse. ¡No me gustaría que la luna se rompiera! Me gustaría
poder tocar la luna. ¿Será fría y dura como un cubito de hielo? ¿O suave y
espumosa como el helado de vainilla? ¿Saldrá el sol en la mañana? ¡Por dónde,
si el cielo estaba en las calles, con sus nubes, sus estrellas! ¿Se podrá andar
en bicicleta sobre las nubes? Debe ser divertido… Mientras cenábamos esperé oír
algún comentario, pero no me animé a preguntar… Más tarde, por las dudas, llamé
a Colita y lo hice acostar sobre la alfombra, al lado de mi cama. Todos se
fueron a dormir, pero yo estaba desvelada. Me levanté y fui al dormitorio de
mamá. Dormían. Si estuvieran preocupados no podrían dormir, como cuando se
enfermó la tía Clara. Me asomé a la ventana de la cocina. El cielo seguía allá
arriba, con todas sus estrellas. Al fin me acosté. Colita dormía sobre la
alfombra. Pensé que la abuela estaba algo chocha, como decía papá, a veces
decía cosas sin sentido. Seguro que eran ideas locas de la abuela. ¡Seguro que
sí!
Adriana Mónica Roelofs
Del libro “Un mar de palabras - Antología 2017”
del Taller Literario “Letras y Sonidos”