DONDE LA LUJURIA ES VERDE
En
tierras de Tiquicia, refugio inagotable de vida, la abundancia y los excesos
sensoriales se tiñen de colores.
Costa
Rica es un país donde la exuberancia de su naturaleza y la diversidad de sus
paisajes son una incitación permanente para alabar al Creador.
Los
retumbos de sus volcanes, la calidez de sus playas, el sonido de ríos y
cascadas y las incontables formas de vida conforman un paisaje idílico, de
ensoñaciones románticas y mágicas.
Caminar
por los senderos de la selva borra el tiempo, detiene toda rutina y crea en el
alma un estado de embriaguez único y sanador de los dolores y heridas
ocasionados por el vivir.
El
equilibrio y la armonía de la naturaleza nos lleva a pensar nuestra existencia
desde otra dimensión. Una dimensión donde hasta la muerte alimenta, sustenta y
sostiene el inicio de una nueva vida.
Es
un lugar donde la lujuria es verde.
Los
sentidos se exacerban en el bosque nuboso, universo misterioso donde la flora
tapiza los refugios cálidos y protectores de la espesura selvática.
Matices
de verde se expanden por el paisaje, con distintas texturas, dimensiones y
formas. Musgos y epífitas cubren el sendero y los troncos de especies vegetales
que superan los treinta metros de altura.
Deslumbrantes
helechos arbóreos de erguidos estípites, en cuyo extremo nacen las grandes
hojas y gruesos báculos espiralados, sorprenden asomándose entre la tupida
vegetación.
Una
corona de nubes permanentes, oculta el dosel vegetal. Si el caminante se
detiene unos instantes, puede escuchar el suave sonido de las gotas de agua que
nacen en las nubes y se deslizan por el follaje.
Hongos
blancos, rojos, anaranjados y ocres, como esferas perladas o como ornamentos
ondulados, semejan el ropaje de un hada escondida en la oquedad húmeda y
tenebrosa que, en su huida presurosa, no advierte que los volados de su vestido
quedaron atrapados entre las patas peludas de una tarántula.
Mariposas
multicolores pululan por los senderos, pequeñas, suaves, buscando libar el
néctar de las flores que se esconden en los recovecos formados por raíces
aéreas y especies trepadoras.
Por
puentes colgantes se atraviesa la maraña de las copas de los árboles y al
llegar otra vez a sendero firme, cambian las notas musicales. Ahora es el río
rebulléndose entre las piedras de su lecho. Hay orquídeas y bromelias. Destaca
un anturio rojo, como corazón sangrante.
¡Vida!
Es el bosque nuboso costarricense. Sonidos, aromas y colores. La guaria morada
y el canto del yigüirro. Passifloras multicolores se asoman aquí y allá
mostrando en pétalos y estambres los estigmas de la Pasión de Nuestro Señor
como presencia terrenal del Hacedor de la vida. Costa Rica es, como lo expresa
el saludo coloquial de sus habitantes…
¡PURA
VIDA!
Ester
Cerino
San
Francisco, 20 de agosto de 2016