Ganadores del Tercer Concurso Literario “Acercando Distancias”, organizado por
GÉNERO
POESÍA:
Primer
Premio: “LA TETERA ”
de Inés María Quilez de Monge.
Segundo
Premio: “EL TREN DE PASAJEROS” de Yudita Battione (f).
Tercer
Premio: “LOS OJOS DEL ABUELO” de Silvana María Mandrille.
Cuarto
Premio: “QUIERO ACORTAR DISTANCIAS” de Myriam Lucía Taverna.
Quinto
Premio: “RUEDA DEL DESTINO” de María Teresa Pavía de Picco.
GÉNERO
NARRATIVA:
Primer
Premio: “EL NACIMIENTO DE PIETRO” de Norma Lucía Borello de Felizia.
Segundo
Premio: “EL VESTIDO ROSADO” de María Rosa Curtino de Beccarini.
Tercer
Premio: “EL MANTEL” de Myriam Lucía Taverna.
Cuarto
Premio: “DIARIO ÍNTIMO DE LUCÍA (INMIGRANTE)” de Teresita Bovio Dussin.
Quinto
Premio: “CON EL CARIÑO DE SIEMPRE” de Martha Beatriz Damiano.
San
Francisco (Cba.), Abril de 2016.
Trabajos
premiados de Taller Literario “Letras y Sonidos”…
Hermosa y
vieja tetera
que en mi
comedor descansas,
de las manos
de mi abuela
que tantas
veces te usara,
me resurge
su recuerdo.
Juntas
vinieron de Italia.
Revives
aquellos días, hace tiempo…
Esos días de
mi infancia,
cuando en el
patio jugaba
al tejo con
mis hermanas.
Abuela de
cabellos blancos,
a merendar
nos llamaba.
Estabas
sobre la mesa, tetera,
con esa flor
en tu panza,
flor azul
con hojas verdes
un cisne me
recordabas,
tu cuello
elegante y fino
tal vez con
trazos de magia
Otoño,
mañana tibia, víspera de mi boda,
hasta mis
manos llegabas.
Fue el
regalo de un tío
junto a ese
trozo de historia
generoso me
entregara.
Desde mi
sillón te observo
en un mueble
de mi casa
y parece que
me hablaras.
Me cuentas
del viaje largo…
que mis
abuelos hicieron
y en sus
baúles estabas.
No las puedo
contener,
ruedan por
mi rostro lágrimas.
Tienes corazón
de abuela,
tu alma es
italiana.
Por siempre
serás mi norte…
¡Hermosa
tetera blanca!
Inés María Quilez de Monge
QUIERO ACORTAR DISTANCIAS
Dame tu mano
amigo,
extiéndela a
través de la distancia,
haz que no
tema atravesar el agua
que separa
tu tierra de la mía.
Necesito…,
ir en busca de luz,
la luz solar
que en tu patria brilla a raudales,
porque llevo
mis huesos ateridos.
Iré en busca
de paz.
Estoy
cansado de oír, aún cuando duermo,
el fragor de
metralla que taladra
las carnes y
el oído.
Necesito
encontrar al
despertarme
un cielo
azul, despejado, prolijo,
el vuelo de
aves cantándole a la aurora
un himno de
alabanzas con sus trinos.
Quiero un
abrazo franco,
un mantel
extendido
sobre la
hierba fresca del verano,
nuestros
vasos con vino
entrechocarse
en un brindis fraterno
tus ojos
reflejándose en los míos.
Quiero…
acortar las
distancias.
Quiero…
sentirme
protegido.
Quiero…
poder saltar
el charco
y
estrecharte en mis brazos amigo…
¡Amigo!
Myriam Lucía Taverna
RUEDA DEL DESTINO
Todavía
hacía frío…
la primavera
europea comenzaba
a
desempolvar sus vestidos,
cuando
aquella familia
partía desde
el puerto de Génova.
Sólo las
gaviotas les despidieron
con sus
pañuelos de plumas…
y ya sobre
el barco,
las oscuras
crestas de muselina,
parecían
querer alcanzar la cubierta,
para
ahogarle los sueños…
Sueños
deshilachados
de
inmigrantes que dejaban atrás
su suelo… el
pueblo de nubes
de algodón y
montañas silentes.
Todo había
perdido encanto…
por la
guerra, el hambre,
el cañón que
vomitaba espanto.
Y la familia
que olía a frutos
de la
tierra, a cebolla, pan y aceite,
respiró
otros aromas,
encontró
paisajes de verdes imposibles
y un paraíso
de dorados en la tierra nueva.
Pero sus
vidas no fueron como el discurrir
de un río
tranquilo sin rápidos…
Necesitaron
organizarse para levantar
la iglesia,
donde elevar sus plegarias…
y tejer la
ayuda ante tantas necesidades.
En el tiempo
de cosecha, manos ajadas
estaban
presentes, laboriosas y solidarias…
Al unirse,
crecieron, hundieron sus raíces
en la patria
de sus hijos pequeños
y la
sintieron propia.
La rueda del
destino giró,
giró… en
dirección de la esperanza.
María Teresa Pavía de Picco
EL MANTEL
Concluye
el almuerzo dominguero.
Cada
comensal regresa a su hogar y quedo sola.
Decido
destender la mesa para asear la cocina.
Ya
en el pequeño patio, sacudo el mantel. Al hacerlo caen migas sobre las
lajas a la vez que pinceladas de colores se elevan por el aire y tiñen los
arrullos de la siesta.
Una
humedad fresca dormita entre las matas. Algunas ramas se extienden hacia mí
deseosas de atrapar las pequeñas flores estampadas en la tela que ondula sobre
ellas.
Abrazo
a mi viejo mantel y al hundir mi rostro entre sus pliegues le susurro ¡te
quiero!
Está
gastado por el uso pero no puedo deshacerme de él.
Llegó
de Italia hace muchas décadas como obsequio que enviaron mis tías. Viajó oculto
cual polizón dentro de una valija, quieto y tímido, cuidado por las ropas de mi
hermano.
Fue
el primer lazo filial concreto y palpable entre nosotras, ellas y yo, lejanas y
desconocidas.
Lo
eligieron para mí, las queridas sobrevivientes de la guerra. Sus manos lo
tocaron, lo doblaron delicadamente y lo colocaron en un sobre dorado.
Transportó
cariño, por eso lo quiero tanto.
Después
de él llegaron cartas y fotografías que me permitieron construir parte de la
historia familiar, una historia triste, como tantas, que me habló de
desarraigo, despedidas y adioses. Una historia de ida sin regreso. De lágrimas
derramadas a escondidas, de suspiros al aire, de besos retenidos, de susurros y
confidencias hacia adentro.
Pienso
en ellas, en mis tías, las que ya no están, a las que nunca podré abrazar.
Seco
con mi mano una traviesa lágrima, pliego con mucho cuidado mi mantel, ese
mantel que supo acercar distancias.
Y
por un largo rato…, lo acaricio.
Myriam Lucía Taverna
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